Hugo Blanco, Río Profundo: un filme necesario para los trotskistas latinoamericanos
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Gisele Sifroni – Manaus/Brasil
La palabra cultura tiene la misma raíz etimológica que la palabra colonización y que la palabra cultivar. Quizá por esa razón la cultura en América Latina, cuando entendida en su sentido artístico y estético, gana un aspecto colonial o una perspectiva cultivadora de las mejores memorias de las luchas populares, aquellas luchas que resistieron y resisten el carácter autocrático de una formación económico-social que bien supo combinar la opresión racial con la explotación de clase. Y es en este último sentido de la palabra cultura que debe ser comprendido el documental peruano Hugo Blanco, Río Profundo, producido y dirigido por Malena Martínez Cabrera.
Producido en 2019 y lanzado en 2020, el documental provocó dos tipos de reacciones en el Perú. Por un lado, la derecha del país, heredera secular de los verdugos que practicaron todo tipo de violaciones y abusos contra los indígenas y campesinos, de pronto clasificó el filme como una apología al “terrorismo”. Por otro lado, indígenas, hijos y nietos de campesinos pobres encontraron en tal documental un justo, necesario y honesto homenaje al hombre que ofreció lo mejor de su vida para organizar la lucha del campesinado en los Andes peruanos.
Incluso, infinitamente superior a la pobre perspectiva mediática, basada en un dualismo entre villanos y buenitos, la obra de la cineasta Malena Martínez Cabrera es un testimonio fiel del encuentro entre el programa trotskista y la batalla indígena-campesina en los años 1960.
En la narrativa propuesta por el documental es nítido el cruce de la historia individual de Hugo Blanco con la historia de la lucha de clases en el Perú y con las formas de organización política que irrumpieron en el subcontinente latinoamericano luego de la Revolución Boliviana de 1952.
Ángel Hugo Blanco Galdós nació en 1934 en la zona del Cusco, región álgida y milenaria del Perú, en la cual acompañó desde niño la transfiguración de la explotación y del racismo en violencia y humillaciones sistemáticas que los grandes hacendados ejercían contra los campesinos indígenas. Aún como estudiante secundario, Blanco participó del movimiento estudiantil y apoyó la Huelga General cusqueña. Mientras tanto, el salto cualitativo de su militancia ocurrió más al sur de la América del Sur, en la Argentina.
En suelo argentino Hugo Blanco estudió agronomía, conoció el movimiento obrero, trabajó en frigoríficos, y adhirió al trotskismo. Bajo las orientaciones de los trotskistas argentinos, Don Hugo regresó al Perú en 1958, e ingresó en las filas del Partido Obrero Revolucionario (POR), organización partidaria que posteriormente se transformó en Frente de Izquierda Revolucionaria (FIT), también ligado a la Secretaría Latinoamericana del Trotskismo Ortodoxo (SLATO), dirigida por Nahuel Moreno.
Es por esa razón que en el transcurso del documental es evidente para el público que el levantamiento campesino liderado por Hugo Blanco en La Convención (región del Cusco) entre 1959 y 1963, tuvo un método peculiar que distó de las acciones guerrilleristas que dominaban la izquierda latinoamericana en la época.
En la producción de Malena Martínez Cabrera, la diferencia entre los métodos trotskistas y el foquismo guerrillero aparece como una especie de divisor de aguas. Un hecho de verdad verosímil. Al final, mientras Sendero Luminoso aterrorizaba a la población campesina e indígena imponiéndoles una guerrilla ajena a las luchas concretas de esas poblaciones, el trotskismo, por medio de la militancia de Blanco, aplicaba en los Andes el método propuesto por Trotsky en el Programa de Transición, es decir, buscaba movilizar a los trabajadores a partir de sus organizaciones sindicales, de las asambleas populares, de la autodefensa armada del movimiento, y de aquello que más le tocaba: la propiedad de la tierra campesina. De ahí, entonces, la consigna Tierra o Muerte, que no solo animó el movimiento sindical campesino peruano como culminó en la única Reforma Agraria hecha a partir de una insurrección popular en América del Sur.
Esa dicotomía entre el guerrillerismo y la autodefensa armada a partir de los trabajadores y sus organizaciones, no es el único elemento trotskista que aparece en el documental. La lucha contra la burocratización de los dirigentes, una lucha propia del trotskismo genuino, es presentada cuando Hugo Blanco afirma innumerables veces que el colectivo precisa controlar a su dirección política y que las decisiones colectivas son siempre más adecuadas que las decisiones de las camarillas.
Más allá del método, a presencia del partido revolucionario en la trayectoria del revolucionario peruano es citada también cuando la directora resalta las acciones de solidaridad que los trotskistas de Lima y en todo el continente realizaban, con una retaguardia organizativa en la cual Blanco se pudo apoyar durante la insurrección andina y durante la represión que se abatió contra él y contra todo el movimiento entre finales de la década de 1960 y toda la década de 1970.
Para aquellos que mínimamente conocen y reconocen su historia, todo eso da sentido al mensaje que Blanco dirigió a la Liga Internacional de los Trabajadores en 1987, cuando la muerte de Nahuel Moreno: “Reconozco en él a mi mayor maestro de marxismo y siempre lo reconocí así, a pesar de que los incidentes de la lucha revolucionaria han separado hace años nuestros caminos. América Latina perdió un incansable e inteligente combatiente de la Revolución. Cuando lleguemos al triunfo, uno de los nombres recordados por el futuro será indudablemente el de Nahuel Moreno”.
Entre tanto, sería un equívoco entender esa producción cinematográfica como un elogio a los herederos políticos de Trotsky; lejos de eso. Al tratar de la vida política de Hugo Blanco, el documental retrata también cómo ese luchador que, a pesar de no haber capitulado nunca a la burguesía y tampoco haberse apartado de las luchas, se distanció de la perspectiva organizativa del leninismo durante la década de 1990. Eso es evidente cuando Blanco afirma, de forma sincera, creer en la necesidad de la Revolución, una revolución que devuelva al Hombre su humanidad, pero tener dudas actualmente sobre la necesidad de un partido revolucionario.
Tal afirmación, seguramente, es discrepante si se la compara con la propia caracterización que Hugo Blanco hizo cuando aún estaba preso en Isla Penal El Frontón, en 1971, respecto de la derrota política que sufrió el movimiento en 1967: “La gran deficiencia del trabajo en La Convención en Cusco fue la inexistencia de un partido bien organizado. (…) No fue material humano lo que faltó; el proceso de lucha del campesinado de La Convención, y del resto del departamento, produjo, como en cualquier otro lugar, su propia vanguardia, en un núcleo disciplinado, completamente consciente del papel que le correspondía en el proceso”.
Todavía, al espectador más atento esa diferencia política no aparece de forma gratuita, por el contrario, esa afirmación es conectada a la desilusión que Hugo Blanco deja traslucir en relación con el tratamiento secundario, mecanicista y eurocéntrico que las organizaciones de izquierda en general, incluyendo lamentablemente a los partidos revolucionarios, daban a la opresión indígena, justamente en un continente marcado por siglos de colonialismo.
Y es aquí, precisamente, que el filme Hugo Blanco, Río Profundo, va más allá de las pretensiones de la cineasta Malena Martínez Cabrera, que intentó apenas retratar la historia de Blanco y la lucha campesina en el Perú. Mientras, siendo Hugo Blanco, sin duda alguna, el nombre más popular que el trotskismo tuvo en toda América Latina, el filme termina por ofrecer profundas reflexiones respecto de varias cuestiones. ¿Sería posible la dimensión política de Hugo Blanco sin la existencia de un partido revolucionario, por minúsculo que este fuese? ¿Es posible hoy, frente al alto nivel de organización de la burguesía mundial, derrotar el capitalismo sin un partido rigurosamente organizado? ¿Hasta qué punto una vanguardia luchadora que se levanta en toda América Latina percibe sus dolores raciales y demás opresiones realmente yuxtapuestas en los partidos revolucionarios?
Todos estos interrogantes, propios de nuestro tiempo, tornan el documental sobre Hugo Blanco tan necesario como la lectura y, sobre todo, la comprensión de las obras de Marx, Lenin y Trotsky.